Mural que representa una orgía romana Columnista Invitado: Xtrange Man
Magia y algo más necesitaba la adúltera galo romana del siglo III para sobrevivir. Entre el estrangulamiento y el fuego, le quedaba una tercera opción: la ordalía del agua. Con una gran piedra atada al cuello, la joven infiel era arrojada al río. Si flotaba, cosa imposible, se la declaraba inocente. Los Francos no fueron menos condescendientes con el hombre que seducía a su esclava. Al ser descubierto, automáticamente pasaba a las filas de la servidumbre.
Y es que el castigo parece ser común denominador de muchos amantes. La "Historia de la Vida Privada" de Philippe Aries y George Duby, dice que en la Edad Media, la ley del emperador Mayoriano "permitía al marido que sorprendía a los culpables, matarlos allí mismo, de un solo golpe". A veces la mancha se expandía a los ancestros. "O justificas a tu hija con juramento o tendrás que morir", era la amenaza, seguida de luchas fatales.
Difícil, pero no imposible, resulta pensar hoy en macabros castigos. Igual, la lengua hace lo propio con sus sinónimos. Infidelidad: alevosía, deslealtad, doblez, falsedad, perfidia, enredo y herejía, describen la acción de los adúlteros. Aún así, ni las palabras parecen amedrentar a aquellos que eligieron el juego de las pasiones a escondidas.
Alejandro Dumas supo explicar el por qué de la infidelidad: "Las cadenas del matrimonio son tan pesadas que hace falta dos personas para soportarlas...e incluso a veces tres", solía justificar. Menos moralista que en sus relatos, Dumas sentía debilidad por los romances con mujeres de otros hombres. Aunque también él "bebió de su propio veneno".
El libro " Triángulos Amorosos" (de Bárbara Foster, Michael Foster y Letha Hadady), cuenta que el escritor "cometió el error de casarse con su amante y que un día la encontró in fraganti con su mejor amigo, Roger de Beauvoir". Pero la preocupación de Roger fue breve. Enseguida, el creador de "Dartagnan" se metió en la cama con Ida su mujer y le propuso al "infiltrado" continuar con los juegos del erotismo.
Simone de Beauvoir coincidió con la filosofía de aquel escritor. Famosa por sus amantes, aseguró que "El matrimonio encuentra su satisfacción natural en el adulterio". Pero los investigadores de "Triángulos..." prefieren privilegian la ménage á trois de este. "Los dos comparten en su concepción un deseo de vivir plenamente, pero toman rumbos diferentes, el adulterio se basa en la sospecha, los celos y la ira, la menage en la honestidad".
Al margen de aventureros y distinciones, a fines de los noventa, muchos científicos definieron al deseo prohibido como algo inevitable. Según un artículo de Robert Wright en Times, "La infidelidad está en los genes. Los humanos no son una especie que se empareje, las mujeres son promiscuas por naturaleza, deseando a más de un compañero, y los hombres son todavía peor".
*
Indicios: Huellas apenas perceptibles. El remanido rouge en la camisa, un largo cabello rubio extendido en el pantalón, los titubeos por llegar tarde (como un chico al entrar al colegio, presto a otro examen), marcas del profanador de amor eterno.
Bombones, flores, regalos, mejor no. Son obvios, están prohibidos, condenan.
Rubor, interminables comentarios sobre lo efímero. Gestos atípicos (besos excesivos de la tímida, conversación distante de la dubitativa o culposa)
Reclamos varios: dejar la cama tibia, terror a abrir falsas promesas, o proyectos.
Pánico de vampiro: que el sol que mata a Drácula, exponga las pruebas de fuego.
*
Así, indemnes a la rutina, muchos hicieron de miradas sutiles, sobreentendidos, del sexo a cuentagotas y a deshoras, otro lenguaje, ajeno sí a la ley, aunque frágil a la culpa.
Claro que la ofensa a la víctima (el marido, la sociedad, el culto religioso) no siempre desencadenaba en duras sentencias. A veces los eximía la indiferencia de la ley.
Salvo del tartamudeo, ningún romano se hubiese burlado de Claudio cuando denunció a su esposa Mesalina, por infiel. "Jamás volveré a casarme, el matrimonio no me sirve", habría dicho. Moda de los ricos, y lejos de la humillación, el adulterio le daba rienda suelta al emperador para divorciarse (pero Mesalina terminaría degollada). Entonces, Séneca llamaba "virtuosa" sarcásticamente a la esposa con amantes y hasta los engañados silenciosos eran mal vistos.
En Grecia, los hombres imponían las reglas. El mismo Demóstenes hizo su propia clasificación: "a las amantes las mantenemos por puro placer, a las concubinas (esclavas) para la atención diaria de nuestra persona y a las esposas para que nos proporcionen hijos legítimos y sean nuestras amas de casa".
Pero en Atenas la pasión pudo más. Pericles, rey sin corona de la edad de oro, dejó su esposa y riqueza por Astasia, la escritora de sus discursos. Al mudarse con su profesora y hetera (prostituta) creyó alcanzar la llama de sus deseos. Pero se volvió presa fácil de sus enemigos.
En algunos casos, el engaño provoca la bronca del marido y ...de los dioses. Según la leyenda de Troya en el 1300 AC, después de que París raptara a Helena, esposa de Menelao, el líder afectado recibió el apoyo de su pueblo para sitiar a Troya durante diez años. La guerra dividió a los mismos dioses y terminó con la decadencia y destrucción de aquella ciudad. En el relato épico de "La Ilíada", París y Helena aparecen como privilegiados y víctimas por el don otorgado de la diosa Afrodita: la belleza.
Menos celoso que Menelao, Justiniano - emperador bizantino del siglo VI- , solía exhibir con orgullo a su esposa Teodora, bailarina de "strip tease". Miles de ciudadanos llegaban al teatro público de Constantinopla para ver como varias ocas picoteaban semillas de las partes pudendas de la joven. A ella no le cabía la moral de las damas de clase alta, siempre cubiertas.
El mismo Salomón, reconocido por su poder y sabiduría, le restaba importancia al tema de la infidelidad. Casado con mil mujeres, hasta permitía que cualquier modesto súbdito aumente su progenie fecundando a sus esposas o criadas.
No siempre "el último en enterarse", recibía la compensación de la venganza por sentirse injuriado. Entre los siglos XI y XVI, la clase dominante de buena parte de Europa, consideraba al adulterio "más recomendable que el matrimonio y el marido que lo rechazaba era un maleducado". En Francia, las cortes de Amor dominadas por las mujeres, castigaban cualquier muestra de celos. Un escarmiento ejemplar fue el que recibió Lord Raymond. Aquel "caballero" mató al joven Guillem, amante de su esposa Soremunda y luego sirvió su corazón asado durante la cena. Impotente esta, se arrojó por la ventana y murió, pero cuando el rey de Aragón se enteró del atropello, encarceló a Raymond, confiscó sus tierras y enterró ceremoniosamente los cuerpos de los amantes en una sola tumba.
Mucho se habla de las diferencias que separan a Oriente y Occidente en cuanto al placer. Basta el paradigma del venerado harén, o los viejos relatos de concubinas de pies pequeños (deformados por coquetería), para reconocer a aquellos pueblos que eligen la poligamia. El cuerpo de las practicantes del Islam velado en público, demuestra quién manda. Lo mismo que las historias de las esclavas chinas, vendidas por sus familiares al mejor postor.
No obstante, en la Antigua China, "la gran mujer de la casa manejaba todos los problemas internos y rara vez, creía conveniente hacer que el hombre interviniera. Según "Historia y sexualidad" de Osvaldo Quijada, "La mujer se preocupaba del rendimiento del hombre hasta el punto que si el marido comenzaba a trabajar con desgano, comprendía que había llegado el momento de buscarle una nueva y más joven esposa. Al ubicarla, le pedía a él, que fuese a solicitarla como segunda esposa. O iba ella misma. Tal actitud no constituía un sacrificio. Por cierto, la nueva esposa o concubina, estaba obligada a trabajar bajo la autoridad absoluta de la más antigua".
Para algunos pueblos indígenas, en cambio, las relaciones de las mujeres eran cuestión de estado. En el libro "El Imperio socialista de los Incas" se explica que "la mayor parte de ellas, afectadas a las necesidades del pueblo, constituyen un mínimo necesario para asegurar la supervivencia de la raza". Con la llegada de la conquista, algunas indias "nobles" se hicieron monjas. Otras se casaron con invasores, eran madres de mestizos cuya crianza se dirigía a separarlos de la población nativa. Fue un elemento más que atomizó a estos pueblos. Alcanza con recordar a la hermosa Malinche, seduciendo a Hernán Cortés y revelándole algunos secretos de su cultura. Al parecer era cierto, el cuidado de la mujer era una cuestión de estado.
Quizás una becaria se cobró venganza, de tantos agravios y mutilaciones. Basta con pensar en esta señorita de 23 de años que puso en jaque el presidente planetario Clinton y terminó millonaria, solo por hacer pública la infidelidad del primer mandatario de Estados Unidos.
*
Yo me quité la corbata.
Ella se quitó el vestido.
Yo el cinturón con revólver.
Ella sus cuatro corpiños.
(De "La Casada Infiel" Federico García Lorca, 1928)