Sentada viajando en el subte, regresaba luego de un extenuante día de trabajo, trataba de concentrarme en el libro que estaba leyendo, pero fue inútil, mis brazos súbitamente cayeron sobre mi falda, apoyando el libro sobre ella. De pronto entré en un trance, pensé por un momento que estaba mareada, pero no fue así. Empecé a divisar hombres, rasgos, rasgos que me sugerían atracción, belleza, verdad, certeza. Unos ojos azules como el cielo en un vagón, una cabeza perfectamente redonda en un asiento, un jovenzuelo con nariz perfecta... divagué y divagué en esos trances y pensé si fuese posible que alguien pudiese construir un Frankestein, "mi Frankestein". Recordé mis novios, mis amantes, mis pasiones, mis encuentros furtivos con masculinos, pensé en todos ellos ; y a cada uno como si fuera un cirujano plástico fui extirpando, lo que a mi parecer podría llegar a ser mi hombre ideal, ese que no existe, ese que por un momento fugaz que duró entre dos estaciones lo soñé. Pensé en la blancura de Santiago y sus ojos de gatos, en el color celeste-grisáceo de Lucas, en la nariz pequeña de Diego y su pasión por el baile, en la cabeza perfectamente simétrica de Marcos, en la espalda apolínea de David. Tal vez con tristeza descubrí que no encontré ninguno, entre mis hombres de carne y hueso, que pudiese descubrir brillantez o una lucidez absoluta. No me importó. Estaba creando mi Frankestein y podía agregarle las características que yo quisiera como si fuera un modelo a construir: inteligencia, soltura, simpatía, humilidad, sabiduría, equilibrio. En mi rostro se dibujaron la tragedia y la comedia griega: fui feliz por un instante pensando en mi hombre ideal, pero reflexioné tristemente y dando un hondo suspiro ¿quién pudiese construir mi Frankestein?
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